Allá voy, enjugándome las lágrimas y tomándome una
valeriana doble mientras escribo y pienso cómo voy a contar lo que sigue sin
teñirlo de opinión. Será difícil, pero el paso por la facultad de Ciencias de
la Información de Madrid (UCM) y mi posterior experiencia me enseñaron a
diferenciar hechos y valoraciones, e intentaré ser clara e imparcial.
Soy el trabajador U21892 de la
plantilla de Telemadrid. Ingresé en la empresa el 15 de julio de 2002.
Personalmente, aquella oportunidad de volver al periodismo llegó a cambiar mi
vida. No hacía mucho que había finalizado la carrera (apenas cinco años), pero
buscaba desesperada una oportunidad de ejercer el periodismo de verdad. Y ese
día llegó.
Mis primeros años en la empresa
fueron intermitentes, pero muy fructíferos
porque se acababa de abrir ante mí un mundo nuevo, e intenté absorber
conocimientos y técnicas de trabajo que, de forma muy rudimentaria, apenas
había aprendido en mis prácticas universitarias.
Aún presidía la Comunidad de
Madrid el actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardon y debo decir,
como así lo viví, que durante aquel tiempo, no experimente presiones
editoriales de ningún tipo.
Bajo la dirección de informativos
de Alfonso García pude asistir a hechos como el aborto al proceso de formación
del gobierno regional en mayo de 2003 tras la deserción de las filas del grupo
parlamentario socialista de Eduardo Tamayo
y Teresa Sáez. Eran tiempos en los que los teléfonos de la redacción de “local”
de los informativos de Telemadrid echaban humo. Mi turno de trabajo comenzaba a
las tres de la tarde y prácticamente a diario apenas tomaba asiento me tenía
que poner a trabajar. Los hechos ocurridos en la Asamblea de Madrid, como era
lógico, fueron seguidos intensamente y de cerca por nuestras cámaras. Recorrimos
calles de la ciudad buscando a los dos diputados tránsfugas, participamos en
esperas, persecuciones, y todo tipo de experiencias, hoy casi más propias de
una película de ficción que de la vida real, que nos disparaban la adrenalina.
Y nadie cuestionaba nada. También acudíamos prestos a cualquier llamada de un
vecino de Madrid que tuviera algo noticioso que ofrecernos, y por supuesto, los
hechos se contaban sin ningún tipo de filtro,
yo desde luego no lo tuve, y eso que era redactora casi inexperta y
novel. Se nos hinchaba el pecho cada vez que, con el micrófono de la tele,
recibíamos palabras de agradecimiento de los madrileños que nos buscaban para
contarnos la noticia. Las audiencias de nuestros informativos superaban el 20
por ciento. Volvíamos a casa felices y satisfechos con el trabajo que
acabábamos de hacer aquella tarde, por cotidiano que pudiera resultar.
Pero algo
sucedió después. Algo de lo que se ha hablado mucho y sobre lo que yo no voy a
hablar ahora. Y en cuestión de pocos meses el perfil de Telemadrid cambió, y
muy sustancialmente.
Sin embargo, y a
pesar de que, por ir venciendo mis contratos, pasaba más tiempo en el paro, o
buscando otro trabajo, siempre volvía a Telemadrid. Entonces (ahora dudo que
siga existiendo) había un “banco de datos” en el que estábamos aquellos
contratados eventuales que esperábamos nuestro turno para incorporarnos de
nuevo con motivo de una baja maternal, la excedencia de un compañero, unas
vacaciones... Durante un tiempo (no mucho) ese banco se respetó. Y pude volver
a Telemadrid, que ya sentía como MI EMPRESA.
Hoy, todos lo
saben ya, Telemadrid agoniza. Está herida de muerte tras filtrarse el informe
que Deloitte y Cuatrecasas han elaborado por encargo de la dirección de la
cadena. Los trabajadores, 1170, nos enteramos el sábado pasado, 24 de
noviembre, cuando la gran mayoría descansábamos en casa con nuestras familias.
Desde entonces no he dejado de llorar. Desde entonces he perdido el apetito.
Desde entonces apenas duermo y siento que mis músculos se contraen y se tensan
con demasiada rapidez. Son mis problemas. Pero son problemas que afectarán a
924 compañeros más.
Sin pensarlo dos
veces, convocada por WhatsApp el sábado por la tarde (recibí dos mensajes de
dos compañeros y amigos, no de dos miembros de los sindicatos, y quiero que
esto quede muy claro porque quienes nos estamos echando a la calle somos todos,
y no sólo nuestros representantes en el comité de empresa), decidí acercarme el
domingo 25 de noviembre a la sede de Telemadrid, para reunirme con ellos, en la
cafetería...
Solo diré que la
sensación que me provocó acudir a esa cita es parecida a la que uno tiene
cuando se le llama para comunicar una defunción. Sales corriendo, con lo
primero que llevas puesto, sólo te preocupas de buscar con la mirada borrosa
por las lágrimas a esos a los que quieres abrazar y consolar, buscando tú
también consuelo.
Decidimos
recorrer la “casa”. Sí, Telemadrid es nuestra casa, le pese a quien le pese.
Nos bloquearon la entrada a la redacción, a nuestros habituales puestos de
trabajo, enviaron policía para controlar un presunto ataque subversivo de los
“indignados”, y sólo pudimos hacer ruido, protestar, y marcharnos con el
corazón encogido.
El lunes 26 de
noviembre, en asamblea de trabajadores, la mayoría votamos por ir a la huelga.
Y esa misma tarde, de 20:00 a 22:00, paramos. Era la única manera de dejar
claro que no íbamos a permitir este exterminio. Después, a las 00:00 horas,
abandonamos nuestros puestos de trabajo sabiendo que iniciábamos un camino,
posiblemente el último, que encarnaba la más desesperada acción por evitar el
cataclismo en la cadena pública. Algunos no nos siguieron, decidieron quedarse,
y sólo ellos habrán de valorar (si no lo han hecho ya) el coste personal y
moral de su decisión, que por otro lado no tengo más que respetar, aunque no
comparta.
A partir de ese
momento quedó abierta una brecha en la plantilla. Quienes pertenecemos a
departamentos como el de redacción podemos asegurar que es una herida producto
de una nula unión. Entre nuestros colegas jamás ha habido un discurso uniforme,
ni una intención clara de manifestar nuestra inquietud o de perseguir un
objetivo común. No entre los que llevan allí trabajando tanto tiempo o más como
yo. Y a partir de estos sucesos la sima, como he dicho antes, se ha abierto y
nos está separando aún más.
Les explicaré
cómo ha funcionado esto. Especialmente entre los redactores, los gestores de
esta empresa han venido propiciando la entrada de personas de forma irregular,
y sin las mínimas garantías de transparencia que ofrecía el banco de datos
-aquel del que les hablé algo más arriba-. La llegada de toda esta gente: 92
personas con contrato fuera de convenio en televisión, 4 en radio y 7 en el
Ente, a los que añadir los incorporados a puestos directivos procedentes de
otras empresas, más los contratos en fraude de ley de obras que no pasaron por
el filtro del banco de datos fue ampliamente criticada por la mayor parte de la
redacción “histórica” de la que buena parte terminó siendo apartada de sus
funciones para terminar trabajando en programas informativos o no de menor peso
específico en la cadena. Comenzaron las diferencias entre unos y otros...
compañeros que dejaron de firmar, otros que dejaron la empresa por propia
iniciativa, otros que, simplemente, se adaptaron. En cualquier caso, y ahora
les entretendré con las cifras “provisionales” de este despropósito, una vez
que comiencen a ejecutarse los despidos no todos los que llegaron a Telemadrid
de forma fraudulenta mantendrán su puesto de trabajo. Huelga hablar de los que
llegaron aquí hace 23 años después de haber ganado una oposición.
La intención es
“liquidar” esto antes del 31 de diciembre. Y el número de personas que se
librarían del exterminio viene a ser: 92 personas dependientes de la dirección
de informativos, de las cuales 89 son redactores, presentadores, y editores; 19
personas más en dirección de antena, 34 en dirección de operaciones y 38 en la
dirección del corporativo. A este último departamento pertenece la página web
de la empresa que, hasta donde sé, no sufrirá ninguna merma de personal.
Pues bien: la
pretensión es “salvar” a un probable número de 183 personas. Echen sus cuentas.
Parece claro quién se salvará y quien no.
En medio de esa
lucha estamos. Ayer martes, 27 de noviembre, Telemadrid se fue a negro durante
24 horas. Las cosas no van a mejorar mucho, aunque en las próximas horas hay
previsto un encuentro con la dirección del que, sinceramente, dudo, se vaya a
sacar algo en claro. Ahora SÍ estoy opinando.
Espero que todo este galimatías no les haya decepcionado. Por mi parte,
diez años después de mi ingreso en la cadena y manteniendo prácticamente el
mismo anonimato profesional que el primer día, les agradezco que hayan prestado
atención a lo que les he contado. Son hechos. No opiniones. No lo olviden.